Dos kilos menos, indirectamente proporcionales al dolor.
El pelo quince milímetros más largo.
De igual estatura porque dejó de crecer hace varios años.
Siete suspiros al día, algunos sin motivo aparente, el resto por causas que no vale la pena desarchivar.
Sobredosis diaria de agua de hierbas, ojalá cedrón o bailahuén.
Un recuerdo invocado por noche antes de lograr dormir; una pesadilla cada tres.
Miles de preguntas las 24 horas.
La misma sensibilidad y capacidad de asombrarse.
Intacta la inseguridad y verdadera entrega.
Inalterables las siempre bienvenidas ganas de reír.
Exacerbada la necesidad de borrar ciertos episodios, pero mucha paz cuando éstos, lenta y tímidamente, comienzan a difuminarse, como un mal sueño.
Y un fanatismo y admiración declarados por la increíble capacidad que tienen las palabras para expulsar a los demonios.
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