lunes, 29 de noviembre de 2010

Stravinsky

En un mundo donde supuestamente los hijos no se regalan, una calurosa tarde de abril llegó a mis manos un recién nacido.
-¡Nuestro hijo!- dijimos tontamente al unísono, mirándonos como dos idiotas. Era fácil ser padres de quien sólo necesita treinta centímetros cúbicos de agua, cada dos semanas, para sobrevivir.

Stravinsky lo nombró su padre, porque en aquel entonces retumbaba en su cabeza la melodía de La consagración de la primavera y Pájaro de fuego. O quizás, simplemente, porque amaba la música.

Su ilusa madre, es decir yo, aunque ignorante en el tema de las notas, melodías y acordes, también viví un retumbar indescriptible de imágenes y sensaciones, imposibles de descifrar. Lo cierto es que se sentía demasiado bien, hasta que la decadencia del otoño dio paso a uno de los inviernos más tormentosos de los cuales tenía registro. Lástima que lo bueno dura poco.

En ocasiones el sol lograba salir dificultosamente por entre los nubarrones, dando la sensación de falsa paz, pero apenas se comenzaba a aquietar el corazón, volvían los chubascos, y con ellos, la humedad, penumbra e incertidumbre.
Es ilógico, pero mientras más distantes  y perdidos entre la niebla nos encontrábamos los simbólicos progenitores, parecía que Stravinsky crecía con mayor rapidez, como si quisiera darme un mensaje implícito con ese acto.

jueves, 18 de noviembre de 2010

treintayseisdías


Dos kilos menos, indirectamente proporcionales al dolor.
El pelo quince milímetros más largo.
De igual estatura porque dejó de crecer hace varios años.
Siete suspiros al día, algunos sin motivo aparente, el resto por causas que no vale la pena desarchivar.
Sobredosis diaria de agua de hierbas, ojalá cedrón o bailahuén.
Un recuerdo invocado por noche antes de lograr dormir; una pesadilla cada tres.
Miles de preguntas las 24 horas.
La misma sensibilidad y capacidad de asombrarse.
Intacta la inseguridad y verdadera entrega.
Inalterables las siempre bienvenidas ganas de reír.
Exacerbada la necesidad de borrar ciertos episodios, pero mucha paz cuando éstos, lenta y tímidamente,  comienzan a difuminarse, como un mal sueño.

Y un fanatismo y admiración declarados por la increíble capacidad que tienen las palabras para expulsar a los demonios.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Todo sigue igual…
Los negocios, el paseo peatonal, las personas, incluso ese tipo con cara de psicópata que todos los días pasea a su escurridizo huron, como si el tiempo se hubiese detenido en un segundo.
 Quizás ciertas situaciones son inalterables y se repiten una y otra vez sin que nos demos algo de cuenta
O simplemente no queremos tomar conciencia, hundiéndonos en la inercia de los días.
A veces queda la sensación de que existen dos, o incluso tres días iguales, calcados, desagradablemente idénticos.
Y fluctúo entre la cercanía y lejanía de mis propias frases ¿Será que necesito defenderme de los fantasmas y recuerdos grises? Que pregunta más estúpida, obviamente no quiero que esas imágenes me toquen.
A pesar de todo, hoy caminé libre por el mismo asfalto donde antes fui castigada por ser indeseable.

lunes, 8 de noviembre de 2010



Se respira libertad, a pesar de las cuatro paredes que me encierran.
Ya no se escucha el ruido de las cadenas arrastrándose porque desaparecieron con la luz.
El agua de lluvia se encargó de comenzar el ritual de sanación.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Insomnus

Aun pienso que las vigas de madera adheridas al techo podrían caer en cualquier momento sobre mí. No puedo parar de observarlas, como si inconscientemente quisiera que cayeran.
El silencio se hace insoportable a medida que corren los segundos, provocando una sensación detestable de hormigueo en mis oídos.
Quiero dormir y no puedo. Quiero sentir los párpados pesados y dejar de escuchar el silencio. Imposible.
Una pastilla, una hora y nada. Por instantes creo quedarme sorda, ya que no se escucha absolutamente nada alrededor.
Maldito letargo que no llega.
Malditos químicos que no actúan.
Me muevo dentro de la cama. Unos minutos de lado, otros de espalda, quedando nuevamente frente a las vigas que sobre mí se posicionan simétricas y paralelas.
Ahora el hormigueo en los oídos se disfraza de un pito agudo y punzante, pero se detiene a los pocos segundos.
Puedo advertir que la quinta viga me observa. Está justo sobre mi cuello. Si llegase a caer, actuaría cual guillotina. Mi cabeza lograría separarse de mi cuerpo gracias al corte perfecto de la enorme navaja de madera. Lógica y emoción disociadas por un acto casual.

Cinco minutos y se inicia el sueño. Mis párpados descendieron hasta cubrir por completo el iris. Al fin caigo inconsciente en las manos antojadizas del Sr. B, quien me prohíbe hablar de vigas asesinas y noches de insomnio.
Diez minutos más y comienza la pesadilla.