martes, 26 de octubre de 2010



Salto y rozo el cielo, caigo en dos pies y me vuelvo a impulsar hacia un vuelo que traspasa toda lógica.
El aire tibio me mece,  acurrucándome en sus brazos eternos, pero las nubes celosas me miran con desprecio. Pobres de ellas que no saben más que llorar.
Me poso sobre una muy blanca, que al instante se torna gris. Introduzco las manos y luego mi cuerpo entero, enredándose mi pelo con las ínfimas partículas de cristales de hielo, empapándome por completo, hasta congelarme.

Sabio es el viento que provoca su descenso con dulces y tiernos resoplos, hasta que el hielo se debilita y la nube estalla en llanto, dejándome caer convertida en gota.

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