En una noche de febrero particularmente fría, se abraza a sí misma mientras camina descalza por una calle de superficies poco acogedoras. Necesitando de sabores dulces, se escabulle entre pasajes y recovecos en búsqueda de su ansiado y desconocido almíbar, ante la mirada de extraños personajes que la escudriñan hasta provocarle nauseas.
Cruza la calle hasta la otra vereda.
Un segundo y su boca imagina el sabor de lo dulce, inundándose de una exquisita sensación que sacia su necesidad en rápidos bocados. Otro segundo y la imagen se desvanece, luego de confirmar que la noche continúa igual de fría e inhóspita.
Tanto las lágrimas derramadas como las contenidas se anulan aguardando por delicados intentos de ser consoladas.