martes, 10 de septiembre de 2013



Morfeo insiste en raptarme.

Osa asegurar que en sus manos está la cura para el mal de amor.

Lo observo sigilosa entre las sombras con los ojos entreabiertos y la creencia infantil de haber engañado al amo y señor de mis noches de desvelos.

Intento dibujar su silueta con mis manos, pero se pierden en el letargo nocturno de cuatro paredes.

Sus años de oficio no son en vano. Un pestañear y me toma por las muñecas, cristalizando su etérea figura.

Silencio.

Reímos, coqueteamos, me embriaga. Lo reconozco en cada instante onírico de mis noches de vida, incluso aquellas que no recuerdo, pero huelen a él, a viento, a mar, a miedo, a llanto, a vacío.

Le ruego que no me suelte, adhiriéndome a sus extremidades hasta traspasar el límite de lo terrenal.

Fiel a su destino, no tarda en rodear mi cintura con su hálito de falsa muerte, provocando el anhelado trance.

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