Es dolorosamente abrumadora la sensación de vacío cuando me desprendo.
Mejor es aferrarse a las vocales y consonantes de una frase mal dicha, dejándole el resto al vaivén de los días y el desdeñoso destino.
Cuando la sentencia final caiga sobre mí, habré perdido toda esperanza y dejaré de creer. Mientras tanto, camino serena al borde del precipicio sin miedo a caer. Lentamente apuraré el paso, esbozaré una sonrisa y comenzaré a correr. Quizás incluso me deje empapar por la próxima lluvia.