sábado, 26 de junio de 2010



En ocasiones, ni el sol puede ser visto como una promesa. Sus rayos opacados en la sombra, se pierden absorbidos por el frío de la mañana.
Regresiva e infantil, insisto en creer que es ese frío, quien con sus dedos mortíferos, asesina sin compasión a cada una de las hojas, desvistiendo a los árboles y dejando al desnudo su frágil esqueleto.
Las hojas, desprovistas de conciencia y cordura, se desprenden creyendo volar como pájaros sin alas. Caen, ilusas y optimistas, hasta que chocan con el suelo y se resquebrajan por su inerte condición.
Tierna ingenuidad de las resecas kamikazes; más arriba que el mismo cielo, el arquitecto de su caída, las mueve a su antojo como diminutas marionetas, mientras las tiñe de amarillo.